EL LIBRO DE LA VIDA DEL CORDERO, testimonio del cielo

Me hallé de nuevo ante el trono de Dios. Queridos hermanos, allí se oía el sonido de cuernos y de trompetas. Una nube de gloria, la gloria de Shekinah, iluminaba toda la zona alrededor del trono. Habían muchos truenos y relámpagos allí. Pude oír una multitud de voces que decían: “Gloria a Dios! ¡Aleluya!” Contemplé esta poderosa escena. Ví al ángel colocar el libro en el altar de Dios y postrarse. Luego la voz de Dios resonó fuertemente a través del aire; sin embargo entendí cada palabra. Dios dijo: “Otra alma ha sido redimida por la sangre de mi Hijo. Otra persona ha recibido salvación eterna a través de la sangre de mi Hijo.” ¡Sonaron todas las campanas del cielo! ¡Toda la población del cielo gritó! Me postré y comencé a alabar a Dios. Ví sobre el altar de Dios el libro de la vida del Cordero (Apocalipsis 21:27), y ví una mano salir de esa nube y abrir el libro puesto allí por el ángel. Entonces fue escrito en el libro de la vida del Cordero el nombre del hombre. ¡Gloria a Dios! Hermanos, también nues tros nombres seguramente han sido escritos en el libro de la vida. Según miraba yo esta poderosa escena, el ángel de Dios me dijo: “Ven y mira la gloria de Dios.” Inmedia tamente fuí de nuevo sacada del cielo a la velocidad de la luz. Conforme acompañaba al ángel, pensé en este pasaje de Isaías: Y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados, para que sepas que yo soy Jehová, el Dios de Israel, que te pongo nombre. Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste. (Isaías 45:3-4) EL RÍO DE LA VIDA En la próxima escena ví cuando el Señor ayudaba a los santos del Dios vivo a cruzar el río de la vida. Oh, el río de la vida que fluye del trono de Dios y del Cordero (Apocalipsis 22:1). Al cruzar los santos a través del río de la vida, podía oírlos gritar: “ Gloria a Dios!” Entonces ví a una incontable compañía de santos a los que se les estaba poniendo las vestiduras más blancas y más espléndidas que yo jamás hubiera visto. Me acordé de que Juan escribió esto: 13 Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? 14 Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. (Apocalipsis 7:13-14) ANTE EL TRONO De nuevo se me permitió estar ante el trono de Dios y presenciar una escena asombrosa y emocionante. Pude oír el sonido de trompetas según estaba yo delante del trono de Dios. Me faltan palabras para describir adecuadamente la emoción y sobrecogimiento que sentí. Habían doce ángeles ante el trono, vestidos con ropajes cuya apariencia sobrepasa cualquier descripción fidedigna. Lo mejor que les puedo decir es que en los pectorales de su vestimenta tenían incrustadas piedras preciosas. Sobre su cabeza tenían algún tipo de tela celestial de colores magníficos. El borde de sus túnicas largas era de oro. El estruendo de trompetas anunciaba a los santos según venían, uno a uno, a presentarse ante Dios. Una cantidad incalculable de santos, ángeles y seres celestiales llenaba una enorme galería. Todos glorificaban a Dios. LOS REDIMIDOS Los redimidos de todas las edades eran magníficos y hermosos. No eran soplos de humo o nubes que flotan en el espacio sino personas reales. Por todas partes que miraba, veía a los ángeles de Dios que alababan continuamente su majestad. Estando delante del trono oí una gran voz decir: (Apocalipsis 21:3) Y oí una gran voz del cielo que decía: "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Entonces ví una nube de gloria llena de relámpagos, truenos y voces. Según miraba, ví que la mano de Dios salía de la nube y que comenzaba a enjugar las lá grimas de los ojos de los santos. La Palabra dice que “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos” (Apo calipsis 21:4). Oí a Dios decir: (Apocalipsis 21:4-5) 4 Enjuagará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor;porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Yme dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Dios les dijo a los santos reunidos: “Veo que sus nombres están escritos en el libro de la Vida del Cordero. Bienvenidos al gozo del Señor.” Una vez más, otro pasaje bíblico vino a mi mente: (Mateo 25:2 1)21 Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Tras eso el Señor puso coronas espléndidas de oro en la cabeza de todos sus santificados. Supe que las bendiciones de Dios continuarían fluyendo para todos los redimidos. ¡Supe que no terminarían jamás! Graneros del Cielo Creo que Jesucristo me reveló el cielo de la manera en que lo hizo a fín de que me sirviera de compensación. Él sabía que yo había ido muchas veces de visita al infierno, y el haber experimentado ese sitio había sido tan horrible para mí que ahora me daba la bendición de ver el cielo. En una de mis visitas al cielo me fueron mostrados los graneros de Dios. El ángel del Señor me dijo: “Ven y mira la gloria de tu Dios.” El ángel era muy guapo y alto. Sus alas de color arco iris eran triangulares. Me dijo que Dios le había dado instrucciones de que él tenía que mostrarme partes del cielo. Comenzamos a subir a través de la atmósfera y pasamos otra vez por la entrada del cielo. Ví árboles cargados de hermosas frutas. Ví a unas familias que subían y a otras que bajaban por la ladera vestidas con bonitos ropajes y que alababan a Dios. El ambiente estaba saturado de la más bella música. La música celestial es una manifestación de gozo. Es una evidencia de la felicidad y una prueba de la alegría. He escuchado a coros magníficos y a grandes conjuntos componer y ejecutar música bella aquí en la tierra. Pero, amados, nada de aquí abajo se puede comparar con el esplendor y la belleza de la música y el canto de allá arriba. El cielo era una sinfonía de música. ¡Imaginense si pueden, a millones de voces, perfecta mente armonizadas, que cantan dulcemente las melodías del cielo! Ni siquiera una sola de ellas desentonada. Todas en perfecta armonía. Los instrumentos de cuerda proporcionaban un hermoso acompañamiento, junto con trompetas y otras clases de instrumentos musicales. Todos se mezclabancon las voces de los santos redimidos que alababan a Dios con entusiasta alegría. Los sonidos de los instrumentos, así como los tonos de las voces que cantaban, habían sido purificados y perfeccionados por la potencia del Dios Todopoderoso. ¡Oh, era glorioso oír las maravillosas alabanzas a Dios! Voces que carecen de calidad o de gran entona ción en la tierra cantarán con hermosa armonía en el cielo. Todos seremos felices allí. ¡Incluso un coro de diez mil voces de aquí palidecería al compararse con la grande y elocuente música de la ciudad celestial de Dios! Oleada tras oleada de increíbles himnos de alabanza saturaban el paisaje y las calles del cielo. Era algo tan sobrecogedor que durante algún tiempo no pude oír ni pensar en nada más. Finalmente el ángel me dijo: “Ven y mira la gloria de Dios.” Recuerdo haberlo acompañado a través de una zona que tenía la hierba más verde imaginable. Había enormes ramos de flores en ciertas partes del prado. Las flores eran espléndidas y parecidas en cierto modo a las rosas. Cada planta tenía por lo menos una flor con bellos pétalos. Y, amados, ¡parecía como si las flores estuvieran cantando! CABALLOS DEL CIELO Al seguir viajando con el ángel pasamos por un lugar en que había hermosos caballos blancos. Recordé haber leído en Apocalipsis acerca de caballos y de cómo Jesús un día, montado en un caballo blanco, dirigirá a las huestes celestiales, que también cabalgarán en caballos blancos: (Apocalipsis 19:11-14)11 Entonces ví el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Ver-dadero, y con justicia juzga y pelea. 12 Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre es crito que ninguno conocía sino él mismo. 13 Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. 14 Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. Estos caballos se veían tan majestuosos como piezas de ajedrez de mármol. Parecían enormes estatuas que hubieran sido esculpidas de bloques de piedra, pero eran reales y estaban vivos. Sus cascos eran gigantescos. Los caballos eran de color blanco puro y muy señoriales. Una mujer que vestía una bella túnica sonreía y hablaba a los caballos, dirigiéndolos a que doblaran su rodilla en alabanza a Dios. ¡Todos ellos, al mismo tiempo, hincaron su rodilla derecha y alabaron al Señor! Pensé: “ qué hermoso!” Y me acordé de haber leído en la Biblia que toda criatura en el cielo y en la tierra honraría y alabaría a Dios: (Isaías 45:23) 23 Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada. Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua. (Romanos 14:11)11 Porque escrito está: Vivo yo, dice el Señor, que ante míse doblará toda rodilla, y toda lengua confesará a Dios. 9 lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dió un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9-11) (Apocalipsis 5:13)13 Ya todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Había por todas partes paz, gozo y felicidad. Podía oír a personas que alababan a Dios. De repente, no pude ver más al ángel que había estado conmigo, sino que allí, a mi lado, estaba Jesús. Se veía muy alto de estatura. Llevaba puesta una túnica que era diferente a la de los demás. Sus ojos penetrantes eran hermosos. Tenía una barba bien recortada y una cabellera muy tupida. Recuerdo haberlo mirado y haber pensado que la ternura de su mirada sobrepasa la capacidad de descripción de cualquier escritor. La hermosura del bendito Salvador inspiraba admiración y era maravillosa. Todo dentro de mí quería alabarlo, adorarlo e inclinarse ante Él, Jesucristo, Rey de reyes y Señor de Señores. Gloria y poder lo envolvían completamente. GRANEROS DE SALUD Me dí cuenta de que los ojos de Jesús habían tomado una apariencia de preocupación. —Jesús —le pregunté—, ¿qué sucede? —Hija mía, ¡mira! Señaló con la mano hacia un edificio en el que ví una gran abertura. De ella fluía un gran caudal de gloria y poder. Le volví a preguntar: —Jesús, ¿qué significa esto? —Hija mía, ¿ves las sanidades en estos graneros? —Sí, Señor. —Todas estas bendiciones aguardan al pueblo de Dios. Los sufrimientos en esta vida son, en efecto, trágicos. ¡Cuántas enfermedades, dolencias, aflicciones físicas, deformidades y males semejantes sufren las personas aquí! Se ven por todas partes. Sólo hay que pasar por los pasillos de cualquier hospital o centro médico importante. O visitar las salas de enfermedades contagiosas, las alas de salud mental, las instalaciones de cuidado intensivo, las salas de emergencia y otros lugares en que se atiende a la gente que sufre dolores terribles y angustia física y mental insoportables. La enfermedad es el resultado de la caída de Adán y Eva en el huerto del Edén. Es una de las consecuencias del pecado. Algunos consideran la enfermedad como un fastidio, una tragedia de la condición humana o simplemente parte de la existencia normal. En realidad se trata de una maldición de satán. SANIDADES EN EL CIELO La necesidad de curarse es abrumadora. Las enfermedades son una corrupción de la voluntad de Dios. Constituyen un elemento no natural en la economía de Dios. No tienen su origen en Dios; no provienen del cielo. Las enfermedades surgen de una fuente mala, no de una buena. Cuando lleguemos al cielo se terminarán para siempre todas las enfermedades y los sufrimientos. Pablo escribió acerca de la redención final de nuestro cuerpo: (Romanos 8:18-19)8 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. 19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. El peor sufrimiento físico en esta vida no es digno de compararse con la gloria sumamente maravillosa que habrá después. En el cielo, con cuerpos perfectos, descansaremos en Cristo sin más dolores o aflicciones físicas. Sin embargo, también Él quiere que seamos sanados ahora. Uno de los nombres de Dios en la Biblia es Jehová-Rafah, que quiere decir “el Señor nuestro Sanador”. Dios estableció un pacto especial de sanidad con su pueblo. Él le prometió a Israel: (Éxodo 15:26)26 Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti;porque yo soy Jehová tu sanador. Aunque la enfermedad forma parte de la maldición del pecado, Jesús ha quitado la maldición para los creyentes mediante su expiación por el pecado. Las heridas sufridas por Cristo pagaron el precio por el pecado. Él se convirtió en nuestro Salvador. Sin embargo, su sufrimiento hizo más que solamente pagar por nues tros pecados ¡estableció y autenticó a Jesús como Sanador! (Isaías 53:5) 5 Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (1 Pedro 2:24)24 "quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuísteis sanados. LA SANIDAD ES PARA HOY El ministerio de sanidad de Cristo no cesó cuando Él se separó de los discípulos y ascendió al cielo. El libro de Hechos de los Apóstoles es una continuación “de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hechos 1:1). Jesús dio forma a un ministerio de sanidad en la tierra y enseñó que la sanidad forma parte de los beneficios del reino. Antes de que regresara a su Padre, Jesús les dió instrucciones a los creyentes de que fueran a sanar a los enfermos. Él dijo(Marcos 16:17-18): 17 Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nue vas lenguas; 18 tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Jesús también nos dijo: (Juan 14:13-15) 13 Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 14 Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. 15 Si me amáis, guardad mis mandamientos. Pareció como si Cristo hubiera desaparecido y he aquí me hallaba andando con el ángel entre los graneros. Pensé: “Tantos graneros, Señor.” Jesús habló a mi espíritu: “Hija mía, cuando ores por alguien en la tierra, pide en mi nombre. Acuérdate de que tú no eres la que sanas... yo soy quien lo hago. Pídeme que sane un ojo o una pierna y lo haré. Pídeme que enderece miembros torcidos o que cure cuerpos enfermos y lo haré. Cualquier cosa que quieras que yo haga, pide en mi nombre y lo haré. Tengo las respuestas esperando en estos graneros.” Jesús recalcó que las bendiciones que había en es tos graneros eran para su pueblo y para los pecadores en la tierra. Me acordé de que Él había dicho que muy pronto habría una avalancha de sanidades en el mundo. Pensé en las sanidades que ya están teniendo lugar en la tierra y pensé: “Señor, ¡qué maravilloso es que sanes nuestro cuerpo!” Conforme envejecemos, nuestro cuerpo empieza a desgastarse o deteriorarse. Eso es un efecto natural del pecado y no seremos nunca enteramente libres de tales consecuencias. Pero Dios no desea que pasemos nuestros últimos años postrados e ineficientes. Él quiere mantenernos activos y productivos. Jesús murió a fin de que recibamos sanidad. Jesucristo, el Hijo de Dios, derramó su sangre para que pudiéramos salvarnos del infierno. Si creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, tenemos esperanza. La esperanza para nuestra alma está en Jesús. Jesucristo sufrió para la sanidad de nuestro cuerpo. Nuestros privilegios y bendiciones, y nuestra esperanza, sanidad y salud están en Jesús. Él es la esperanza de nuestro bienestar físico. Amados, hay graneros de bendiciones sin reclamar en el cielo. ¡Están listos para ser reclamados por la gente de Dios que pide con fe y en el nombre de Jesús! Cuando estaba en la tierra, el Señor dijo una vez: (Juan 14:2) “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues, a preparar lugar para vosotros”. El lugar que está preparando está en el cielo. Es un lugar hermoso con muchas cosas bonitas. Conforme doy mi testimonio en este libro y conforme hablo del cielo, los pensamientos de ese lugar entusiasman mi alma. ¡Gracias a Dios por la hermosa Palabra que nos ha dado a sus hijos!

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